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lunes, 11 de agosto de 2014

Cuenta Regresiva este Viernes...




Me preguntan ¿por qué la Luna? ¿Por qué hasta en la piel? Respondo, porque a su luz me alumbran las veleidades que después se vuelven cuentos de corto aliento y poemas escondidos. Porque solo la Luna y yo sabemos de nuestros soliloquios y los viajes infinitos.  Porque son Las Lunas y no La luna.

Y es que nunca he vuelto a ver una luna fría y calculadora sobre las dunas del desierto camino a Cuzco. Nunca, otra vez, la luna eclipsada el otro Febrero que me arrastró entre sus sombras o aquella de luz cadenciosa en Tlaxcala. La luna mística del Expiatorio y la indiferente al final de la avenida más larga y ruidosa en cualquier ciudad del mundo. La otra curiosa que entró al patio de los naranjos para oír poesía Zapoteca, algún Mayo en el Cabañas. La que nunca me canso de subir en Teotihuacán y la que me canta José Alfredo Jiménez como nadie, y aquella luna triste evocada por el Jaramar.

¿Cuándo otra noche a la ribera del río San Pedro que me regaló dos lunas? ¿Cuándo otra luna en San Cristóbal de las casas mientras se enfriaba su chocolate, Hombre de maíz? ¿Cuándo otra en los caminos curvos, selváticos, lóbregos de Oaxaca?  ¿Volveré a soñar en tu mirada, Luna de Cuyutlán? ¿Seguirá recordando mi infancia esa luna que asoma a media noche desde su patio, en casa de mis padres? ¿Cuándo Izchel, Yunuen y Aysel juntas en un cuento, juntas conmigo, en mí? ¿Volverá esa luna de Uruapan con un bolero a mi oído, que no vi; pero ella a mí sí?

Las Lunas que no fueron, como la de Playa Azul, la del malecón de Vallarta y su inesperada lluvia? La luna prometida en la mirada, la otra que no agregué a mi colección. La lunita que casi lo fue.

Que no vuelvan, ni en sueños las lunas tristes, eternas, lloronas, que me perseguían en años pasados. Que no vuelva la luna que me dijo era de queso y le creí.

La lunas que faltan: una en Santa Martha bailando vallenato, otras insaciables con sabor a horchata y coco en Tabasco, las lunas en la Barrancas del Cobre y otras desérticas en Sonora. La inerte luna flotando sobre la isla de pascua y otras más sobre el volcán Licancabur. La luna que podría tocar en Bariloche u otra que se esconde en vano tras la montaña Sugarloaf, la que vela, creo que sin quererlo, la noche de muertos en Pátzcuaro o la luna entre palmeras de Tobago.

O la artificial y terca en alumbrar mi refugio, a pesar que prefiero dormir a oscuras.

Pero aquí, en las páginas que me siguen, cada quien se desvela en sus lunas y las derrama en tinta: Una es cómplice y cazadora, otra acompaña a un niño triste y abandonado seguido por su gato, una que tiene varios trajes, una siempre curva y sentimental… engarzada a una estrella llega otra luna y otra más que presume ojo celeste. Hay una luna en la que no habitan los selenitas, pero si la visitan los astronautas. Otra se confiesa sin tapujos una ladrona y otra más se eclipsa con una mujer a quien le corre el mar por las venas…

¿Cuales y cuantas serán tus lunas, tú que recuerdas mientras me escuchas, me lees?

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